No hacen gafas de sol para esto

Todos sabemos que el mundo puede ser un lugar terrible. ¿Todos? No. Mi hijo Mario no lo sabe, ni le importan para nada nuestras mierdas. Su gran ventaja es que tal vez no llegue a conocerlas nunca. Para él el mundo es un lugar brillante, en el que disfrutar tocando su piano de juguete y su tambor. Mientras los demás compañeros lloran él llega a la guardería sonriente, preguntándose qué maravillas puede encontrarse en este día. Su hermano Víctor es Dios, y su madre y yo, sus profetas. Abro la puerta del coche y me mira con sonrisa pícara, como pensando "Ahí está mi padre, ahora empieza lo bueno". Y lo bueno es muy sencillo: lo tomo en brazos, le saco del coche y vamos caminando. Él me acaricia la cara y me mira y no puede evitar que se le escapen risicas de satisfacción: "Esto va a ser alucinante", piensa.

Y es esa sonrisa, ese amor absoluto, perfecto como el diamante más puro, lo que me produce el mismo efecto que si mirara al sol a mediodía.

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